Grupos Norteños ElMero en San Diego: La Electrónica Escena de Grupo que Anima a la Ciudad a bailar

Grupos Nortenos en San Diego del Norte se asemeja a la fuente de agua para la pesca. Aquí, se toma aliento, se danza y se experimenta en cada rincón. Imagina un viernes por la noche, tacos en mano, la banda preparada, las botas resplandeciendo bajo la luz tenue de una quinceañera llena. Nada se asemeja a esa primera melodía de acordeón que resuena en el pecho y convoca a todos a la pista.

Los colectivos norteños en San Diego poseen ese “algo” que los distingue. Surgen entre la combinación de la cultura mexicana y el ritmo de la música urbana. Sus canciones narran relatos de amor, desamor, esfuerzo laboral y celebración que muchos comprenden al cien por ciento. El bajo sexto resuena, y parece que la melancolía se transforma en festejo.

En toda la ciudad, cada grupo posee su propio estilo. Existen personas que introducen fusiones con cumbia o incluso con música electrónica. Algunos mantienen el estilo tradicional, con sus sombreros de primera calidad y voz aguardiente. Los bailadores lo perciben de inmediato. “Este ritmo, sí lo sostengo toda la noche,” afirma uno, solo oyendo el sonido conocido. Las parejas rotan, las filas en forma de serpiente se desplazan por el salón. Numerosos se mantienen sentados.

Y vaya que hay demasiados escenarios. Bares en la Ciudad Nacional, a veces escondidos detrás de puertas pintadas, palenques creados en terrazas de viviendas, salones de eventos repleto de luces multicolores. La acogida de las personas es otra cosa. Si alguien conoce una melodía, aquí la interpreta con todo su corazón. El clima es acogedor, un abrazo sonoro que vincula.

No solo se refiere a los músicos: en cada acontecimiento están involucrados la familia, los amigos, incluso el taquero. Uno lleva las tortillas, otro las luces, otro coordina el sorteo. Esta melodía crea vínculos invisibles que vinculan a la comunidad, como hilo sólido de algodón.

En ocasiones, escuchar norteño en San Diego implica cerrar los ojos y volver de inmediato a ranchos distantes. La vaquera apretada, el “¡orale compa!” de fondo, el eco del tronco de la tuba en el pecho. Todo esto se puede realizar en un salón, y aún más, entre amigos.

Cada conjunto fantasea con su propio himno, ese papel que todos anhelan y nadie desea que finalice. Aquí surgen nuevos referentes, se crean tendencias y los más audaces improvisan en el escenario.

En San Diego, aquel que no ha experimentado una noche con grupos norteños, pierde la mitad del gusto de la ciudad. En este lugar, entre acordeones y cervezas frías, el corazón pulsa con intensidad y, principalmente, nunca cesa de cantar.

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