Ya pasó de moda esa idea de que todos deben comer igual. Hoy, un buen nutriólogo no abre la consulta con una lista de prohibiciones. Abre los oídos. Porque la clave ya no está en cambiar al paciente para que encaje en la dieta, sino en adaptar la dieta a lo que esa persona realmente vive y siente. Encuentre más información aquí!
Hay quienes comen por costumbre. Otros, por consuelo. Algunos saltan el desayuno porque sí, y otros lo convierten en su ritual sagrado. ¿Y el picante? Para unos, veneno. Para otros, adicción. No hay forma de meter todo eso en una sola tabla nutricional sin perder la mitad del contexto. Así que el nutriólogo empieza preguntando con curiosidad, no con juicio.
“¿Te gusta cocinar o prefieres pedir algo rápido?” “¿Comes más cuando estás feliz o cuando estás molesto?” “¿Eres fan del pan dulce o solo te lo comes por no dejar?” A partir de ahí, se diseña algo útil. Y realista. Porque si el menú ignora tus hábitos, terminará arrumbado en el cajón con los planes de gimnasio de enero.
El nutriólogo atento puede hacer magia con poco. Menús rápidos pero sabrosos para quienes viven a mil por hora. Ideas funcionales para los que comen fuera diario sin romper la tarjeta. Hasta estrategias para navegar cenas con amigos sin quedar como el “agua tibia” del grupo.
También hay espacio para los extremos. Están quienes anotan todo al milímetro, y también los que olvidan hasta lo que comieron ayer. En ambos casos, la conversación es el puente. Se detectan patrones, se identifican detonantes emocionales, y se ajusta con calma. No se trata de poner curitas, sino de entender por qué te lanzas sobre el refrigerador después de discutir con tu jefe.
Cuando una persona siente que su historia tiene lugar en el plan, la motivación cambia. Ya no es una dieta que se aguanta, sino una forma de vivir que sí tiene sentido. Comer bien deja de ser una carga para convertirse en algo que encaja con tu vida, no que la interrumpe. Y así, el nutriólogo deja de ser un árbitro y se convierte en un cómplice con el que sí da gusto sentarse a conversar… incluso sobre ese pan de chocolate.
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